viernes, 25 de abril de 2014

La corrupción de los medios dominantes

Medios estadounidensesPor Danny Schechter
Los medios dominantes de EE.UU. siguen pretendiendo que son custodios del “periodismo serio”pero esas afirmaciones se siguen deteriorando a medida que la prensa corporativa rehúye su deber de cuestionar la propaganda procedente de varias partes del gobierno de EE.UU.
Primero la buena noticia: El Premio Pulitzer de Servicio Público no solo fue el mejor cubierto de este año, sino que además reconoció una serie de revelaciones que pusieron nerviosos –si no en contra– a muchos medios noticiosos: la publicación de secretos de la Agencia de Seguridad Nacional filtrados por Edward Snowden.

jueves, 24 de abril de 2014

¿Cómo se asfixia a un pueblo sin tirar un cañonazo?

Foto: Ángel Vázquez Rivero / Quinqué. De la serie "Malecón VS frente frío".
Foto: Ángel Vázquez Rivero / Quinqué. De la serie “Malecón VS frente frío”.
En momentos de relectura de su obra ante la partida, encontramos este texto de Gabriel García Márquez, publicado en 1978 en la revista Proceso. En él, con la maestría acostumbrada, el Gabo recrea sus impresiones de los primeros años del bloqueo de Estados Unidos en Cuba. CubaDebate lo comparte, en su honor y por la óptica con que aborda el tema.
Aquella noche, la primera del bloqueo, había en Cuba unos 482,560 automóviles, 343,300 refrigeradores, 549,700 receptores de radio, 303,500 televisores, 352,900 planchas eléctricas, 286,400 ventiladores, 41,800 lavadoras automáticas, 3,500,000 relojes de pulsera, 63 locomotoras y 12 barcos mercantes. Todo eso, salvo los relojes de pulso, que eran suizos, había sido hecho en los Estados Unidos.

Al parecer, había de pasar un cierto tiempo antes de que la mayoría de los cubanos se dieran cuenta de lo que significaban en su vida aquellos números mortales. Desde el punto de vista de la producción, Cuba se encontró de pronto con que no era un país distinto sino una península comercial de los Estados Unidos. Además de que la industria del azúcar y el tabaco dependían por completo de los consorcios yanquis, todo lo que se consumía en la isla era fabricado por los Estados Unidos, ya fuera en su propio territorio o en el territorio mismo de Cuba.

La Habana y dos o tres ciudades más del interior daban la impresión de la felicidad de la abundancia, pero en realidad no había nada que no fuera ajeno, desde los cepillos de dientes hasta los hoteles de 20 pisos de vidrio del Malecón. Cuba importaba de los Estados Unidos casi 30 mil artículos útiles e inútiles para la vida cotidiana. Inclusive los mejores clientes de aquel mercado de ilusiones eran los mismos turistas que llegaban en el Ferry boat de West Palm Beach y por el Sea Train de Nueva Orléans, pues también ellos preferían comprar sin impuestos los artículos importados de su propia tierra. Las papayas criollas, que fueron descubiertas en Cuba por Cristóbal Colón desde su primer viaje, se vendían en las tiendas refrigeradas con la etiqueta amarilla de los cultivadores de las Bahamas. Los huevos artificiales que las amas de casa despreciaban por su yema lánguida y su sabor de farmacia tenían impreso en la cáscara el sello de fábrica de los granjeros de Carolina del Norte, pero algunos bodegueros avispados los lavaban con disolvente y los embadurnaban de caca de gallina para venderlos más caros como si fueran criollos. No había un sector del consumo que no fuera dependiente de los Estados Unidos. Las pocas fábricas de artículos fáciles que habían sido instaladas en Cuba para servirse de la mano de obra barata estaban amontonadas con maquinaria de segunda mano que ya había pasado de moda en su país de origen. Los técnicos mejor calificados eran norteamericanos, y la mayoría de los escasos técnicos cubanos cedieron a las ofertas luminosas de sus patrones extranjeros y se fueron con ellos para los Estados Unidos. Tampoco había depósitos de repuestos, pues la industria ilusoria de Cuba reposaba sobre la base de que sus repuestos estaban sólo a 90 millas, y bastaba con una llamada telefónica para que la pieza más difícil llegara en el próximo avión sin gravámenes ni demoras de aduana.

A pesar de semejante estado de dependencia, los habitantes de las ciudades continuaban gastando sin medida cuando ya el bloqueo era una realidad brutal. Inclusive muchos cubanos que estaban dispuestos a morir por la Revolución, y algunos sin duda que de veras murieron por ella, seguían consumiendo con un alborozo infantil. Más aún: las pioneras medidas de la Revolución habían aumentado de inmediato el poder de compra de las clases más pobres, y estas no tenían entonces otra noción de felicidad que el placer simple de consumir. Muchos sueños aplazados durante media vida y aun durante vidas enteras se realizaban de pronto. Sólo que las cosas que se agotaban en el mercado no eran repuestas de inmediato, y algunas no serían repuestas en muchos años, de modo que los almacenes deslumbrantes del mes anterior se quedaban sin remedio en los puros huesos.

Cuba fue por aquellos años iniciales el reino de la improvisación y el desorden. A falta de una nueva moral –que aún habrá de tardar mucho tiempo para formarse en la conciencia de la población– el machismo Caribe había encontrado una razón de ser en aquel estado general de emergencia.

El sentimiento nacional estaba tan alborotado con aquel ventarrón incontenible de novedad y autonomía, y al mismo tiempo las amenazas de la reacción herida eran tan verdaderas e inminentes, que mucha gente confundía una cosa con la otra y parecía pensar que hasta la escasez de leche podía resolverse a tiros. La impresión de pachanga fenomenal que suscitaba la Cuba de aquella época entre los visitantes extranjeros, tenía un fundamento verídico en la realidad y en el espíritu de los cubanos, pero era una embriaguez inocente al borde del desastre.

En efecto, yo había regresado a La Habana por segunda vez a principios de 1961, en mi condición de corresponsal errátil de Prensa Latina, y lo primero que me llamó la atención fue que el aspecto visible del país había cambiado muy poco, pero que en cambio la tensión social empezaba a ser insostenible. Había volado desde Santiago hasta La Habana en una espléndida tarde de marzo, observando por la ventanilla los campos milagrosos de aquella patria sin ríos, las aldeas polvorientas, las ensenadas ocultas, y a todo lo largo del trayecto había percibido señales de guerra. Grandes cruces rojas dentro de círculos blancos habían sido pintadas en los techos de los hospitales para ponerlos a salvo de bombardeos previsibles. También en las escuelas, los templos y los asilos de ancianos se habían puesto señales similares. En los aeropuertos civiles de Santiago y Camagüey había cañones antiaéreos de la Segunda Guerra Mundial disimulados con lonas de camiones de carga, y las costas estaban patrulladas por lanchas rápidas que habían sido de recreo y entonces estaban destinadas a impedir desembarcos. Por todas partes se veían estragos de sabotajes recientes: cañaverales calcinados con bombas incendiarias por aviones mandados desde Miami, ruinas de fábricas dinamitadas por la resistencia interna, campamentos militares improvisados en zonas difíciles donde empezaban a operar con armamentos modernos y excelentes recursos logísticos los primeros grupos hostiles de la revolución. En el aeropuerto de La Habana donde era evidente que se hacían esfuerzos para que no se notara el ambiente de guerra, había un letrero gigantesco de un extremo a otro de la cornisa principal: “Cuba, territorio libre de América”. En lugar de los soldados barbudos de antes, la vigilancia estaba a cargo de milicianos muy jóvenes con uniforme verde olivo, entre ellos algunas mujeres, y sus armas eran todavía las de los viejos arsenales de la dictadura. Hasta entonces no había otras. El primer armamento moderno que logró comprar la Revolución a pesar de las presiones contrarias de los Estados Unidos había llegado de Bélgica el 4 de marzo anterior, a bordo del barco francés Le Coubre, y este voló en el muelle de La Habana con 700 toneladas de armas y municiones en las bodegas por causa de una explosión provocada. El atentado produjo además 75 muertos y 200 heridos entre los obreros del puerto pero no fue reivindicado por nadie, y el gobierno cubano lo atribuyo a laCIA. Fue en el entierro de las víctimas cuando Fidel Castro proclamó la consigna que habría de convertirse en la divisa máxima de la nueva Cuba: “Patria o Muerte”. Yo la había visto por primera vez en las calles de Santiago, la había visto pintada a brocha gorda sobre los enormes carteles de propaganda de empresas de aviación y pastas dentífricas norteamericanas en la carretera polvorienta del aeropuerto de Camagüey, y la volví a encontrar repetida sin tregua en cartoncitos improvisados en las vitrinas de las tiendas para turistas del aeropuerto de La Habana, en las antesalas y los mostradores, y pintada con albayalde en los espejos de la peluquería y con carmín de labios en los cristales de los taxis. Se había conseguido tal grado de saturación social, que no había ni un lugar ni un instante en que no estuviera escrita aquella consigna de rabia, desde las pailas de los trapiches hasta el calce de los documentos oficiales, y la prensa, la radio, y la televisión la repitieron sin piedad durante días enteros y meses interminables, hasta que se incorporó a la propia esencia de la vida cubana.

En La Habana, la fiesta estaba en su apogeo. Había mujeres espléndidas que cantaban en los balcones, pájaros luminosos en el mar, música por todas partes, pero en el fondo del júbilo se sentía el conflicto creador de un modo de vivir ya condenado para siempre, que pugnaba por prevalecer contra otro modo de vivir distinto, todavía ingenuo, pero inspirado y demoledor. La ciudad seguía siendo un santuario de placer, con máquinas de lotería hasta en las farmacias y automóviles de aluminio demasiado grandes para las esquinas coloniales, pero el aspecto y la conducta de la gente estaba cambiando de un modo brutal. Todos los sedimentos del subsuelo social habían salido a flote, y una erupción de lava humana, densa y humeante, se esparcía sin control por los vericuetos de la ciudad liberada, y contaminaba de un vértigo multitudinario hasta sus últimos resquicios. Lo más notable era la naturalidad con que los pobres se habían sentado en la silla de los ricos en los lugares públicos. Habían invadido los vestíbulos de los hoteles de lujo, comían con los dedos en las terrazas de las cafeterías del Vedado, y se cocinaban al sol en las piscinas de aguas de colores luminosos de los antiguos clubes exclusivos de Siboney.

El cancerbero rubio del hotel Habana Hilton, que empezaba a llamarse Habana Libre, había sido reemplazado por milicianos serviciales que se pasaban el día convenciendo a los campesinos de que podían entrar sin temor, enseñándoles que había una puerta de ingreso y otra de salida, y que no se corría ningún riesgo de tisis aunque se entrara sudando en el vestíbulo refrigerado. Un chévere legítimo del Luyanó, retinto, y esbelto, con una camisa de mariposas pintadas y zapatos de charol con tacones de bailarín andaluz, había tratado de entrar al revés por la puerta de vidrios giratorios del hotel Riviera, justo cuando trataba de salir la esposa suculenta y emperifollada de un diplomático europeo. En una ráfaga de pánico instantáneo, el marido que la seguía trató de forzar la puerta en un sentido mientras los milicianos azorados trataban de forzarla desde el exterior en sentido contrario. La blanca y el negro se quedaron atrapados por una fracción de segundo en la trampa de cristal, comprimidos en el espacio previsto para una sola persona, hasta que la puerta volvió a girar, y la mujer corrió confundida y ruborizada, sin esperar siquiera al marido, y se metió en la limusina que la esperaba con la puerta abierta y que arrancó al instante. El negro, sin saber muy bien lo que había pasado, se quedó abochornado y trémulo.

-¡Coño! –Suspiró– ¡Olía a flores!

Eran tropiezos frecuentes. Y comprensibles, porque el poder de compra de la población urbana y rural había aumentado de un modo considerable en un año. Las tarifas de la electricidad, del teléfono, del transporte y de los servicios públicos en general, habían sufrido reducciones drásticas, y se organizaban excursiones especiales del campo a la ciudad y de la ciudad al campo que en muchos casos eran gratuitos. Por otra parte, el desempleo se estaba reduciendo a grandes pasos, los sueldos subían, y la Reforma Urbana había aliviado la angustia mensual de los alquileres, y la educación y los útiles escolares no costaban nada. Las 20 leguas de harina de marfil de las playas de Varadero, que antes tenían un solo dueño y cuyo disfrute estaba reservado a los ricos demasiado ricos, fueron abiertas sin condiciones para todo el mundo, inclusive para los mismos ricos. Los cubanos, como la gente del Caribe en general, habían creído desde siempre que el dinero sólo servía para gastárselo, y por primera vez en la historia de su país lo estaban comprobando en la práctica.

Creo que muy pocos éramos conscientes de la manera sigilosa pero irreparable en que la escasez se nos iba metiendo en la vida.

Aún después del desembarco en Playa Girón los casinos continuaban abiertos, y algunas putitas sin turistas rondaban por los contornos en espera de que un afortunado casual de la ruleta les salvara la noche. Era evidente que a medida que las condiciones cambiaban, aquellas golondrinas solitarias se iban volviendo lúgubres y cada vez más baratas. Pero de todos modos las noches de La Habana y de Guantánamo seguían siendo largas e insomnes, y la música de las fiestas de alquiler se prolongaba hasta el alba. Esos rezagos de la vida vieja mantenían una ilusión de normalidad y abundancia que ni las explosiones nocturnas, ni los rumores constantes de agresiones infames, ni la inminencia real de la guerra conseguían extinguir, pero que desde hacía mucho tiempo habían dejado de ser verdad. A veces no había carne en los restaurantes después de la media noche, pero no nos importaba, porque tal vez había pollo.

A veces no había plátano, pero no nos importaba porque tal vez había boniato. Los músicos de los clubes vecinos y los chulos impávidos que esperaban las cosechas de la noche frente a un vaso de cerveza, parecían tan distraídos como nosotros ante la erosión incontenible de la vida cotidiana.

En el centro comercial habían aparecido las primeras colas y un mercado negro incipiente pero muy activo empezaba a controlar los artículos.

Yo tomé conciencia del bloqueo de una manera brutal, pero a la vez un poco lírica, como había tomado conciencia de casi todo en la vida. Después de una noche de trabajo en la oficina de Prensa Latina me fui solo y medio entorpecido en busca de algo para comer. Estaba amaneciendo. El mar tenía un humor tranquilo y una brecha anaranjada lo separaba del cielo en el horizonte. Caminé por el centro de la avenida desierta, contra el viento de salitre del malecón, buscando algún lugar abierto para comer bajo las arcadas de piedras carcomidas y rezumantes de la ciudad vieja. Por fin encontré una fonda con la cortina metálica cerrada pero sin candado, y traté de levantarla para entrar, porque dentro había luz y un hombre estaba lustrando los vasos en el mostrador. Apenas lo había intentado cuando sentí a mis espaldas el ruido inconfundible de un fusil al ser montado, y una voz de mujer muy dulce pero resuelta.

–Quieto compañero –dijo– Levanta las manos. Era una aparición en la bruma del amanecer. Tenía un semblante muy bello, con el pelo amarrado en la nuca como una cola de caballo, y la camisa de miliciana ensopada por el viento del mar. Estaba asustada sin duda, pero tenía los tacones separados y bien establecidos en la tierra, y agarraba el fusil como un soldado.

–Tengo hambre –dije.

Tal vez lo dije con demasiada convicción, porque sólo entonces comprendió que yo no había tratado de entrar a la fonda a la fuerza, y su desconfianza se convirtió en lástima.

–Es muy tarde –dijo.

–Al contrario –le repliqué–: el problema es que es demasiado temprano. Lo que quiero es desayunar.

Entonces hizo señas hacia adentro por el cristal, y convenció al hombre de que me sirviera algo aunque faltaban dos horas para abrir. Pedí huevos fritos con jamón, café con leche y pan con mantequilla, y un jugo fresco de cualquier fruta. El hombre me dijo con una precisión sospechosa que no había huevos ni jamón desde hacía una semana ni leche desde hacía tres días, y que lo único que podía servirme era una taza de café negro y pan sin mantequilla, y si acaso un poco de macarrones recalentados de la noche anterior. Sorprendido le pregunté qué estaba pasando con las cosas de comer, y mi sorpresa era tan inocente que entonces fue él quien se sintió sorprendido.

–No pasa nada –me dijo–. Nada más que a este país se lo llevó el carajo.

No era enemigo de la Revolución como lo imaginé al principio. Al contrario era el último de una familia de 11 personas que se habían fugado en bloque para Miami. Había decidido quedarse, y en efecto se quedó para siempre, pero su oficio le permitía descifrar el porvenir con elementos más reales que los de un periodista trasnochado. Pensaba que antes de tres meses tendría que cerrar la fonda por falta de comida, pero no le importaba mucho porque ya tenía planes muy bien definidos para su futuro personal.

Fue un pronóstico certero. El 12 de marzo de 1962, cuando ya habían transcurrido 322 días desde el principio del bloqueo, se impuso el razonamiento drástico de las cosas de comer. Se asignó a cada adulto una ración mensual de tres libras de carne, una de pollo, seis de arroz, dos de manteca, una y media de frijoles, cuatro onzas de mantequilla y cinco huevos. Era una ración calculada para que cada cubano consumiera una cuota normal de calorías diarias. Había raciones especiales para los niños, según la edad, y todos los menores de 14 años tenían derecho a un litro diario de leche. Más tarde empezaron a faltar los clavos, los detergentes, los focos, y otros muchos artículos de urgencia doméstica, y el problema de las autoridades no era reglamentarlos sino conseguirlos. Lo más admirable era comprobar hasta qué punto aquella escasez impuesta por el enemigo iba acendrando la moral social. El mismo año en que se estableció el racionamiento ocurrió la llamada Crisis de Octubre, que el historiador inglés Hugh Thomas ha calificado como la más grave de la historia de la humanidad, y la inmensa mayoría del pueblo cubano se mantuvo en estado de alerta durante un mes, inmóviles en sus sitios de combate hasta que el peligro pareció conjurado, y dispuestos a enfrentarse a la bomba atómica con escopetas. En medio de aquella movilización masiva que hubiera bastado para desquiciar a cualquier economía bien asentada, la producción industrial alcanzó cifras insólitas, se terminó el ausentismo en las fábricas y se sortearon obstáculos que en circunstancias menos dramáticas hubieran sido fatales. Una telefonista de Nueva York le dijo en esa ocasión a una colega cubana que en los Estados Unidos estaban muy preocupados por lo que pudiera ocurrir.

–En cambio aquí estamos muy tranquilos –replicó la cubana–. Al fin y al cabo, la bomba atómica no duele.

El país producía entonces suficientes zapatos para que cada habitante de Cuba pudiera comprar un par al año, de modo que la distribución se canalizó a través de los colegios y los centros de trabajo. Sólo en agosto de 1963, cuando ya casi todos los almacenes estaban cerrados porque no había materialmente nada que vender, se reglamentó la distribución de la ropa. Empezaron por raciones de nueve artículos, entre ellos los pantalones de hombre, la ropa interior para ambos sexos y ciertos géneros textiles, pero antes de un año tuvieron que aumentarlos a 15. Aquella Navidadfue la primera de la Revolución que se celebró sin cochinito y turrones, y en que los juguetes fueron racionados. Sin embargo, y gracias precisamente al racionamiento, fue también la primera Navidad en la historia de Cuba en que todos los niños sin ninguna distinción tuvieron por lo menos un juguete. A pesar de la intensa ayuda soviética y de la ayuda de China Popular que no era menos generosa en aquel tiempo, y a pesar de la asistencia de numerosos técnicos socialistas y de la América Latina, el bloqueo era entonces una realidad ineludible que había de contaminar hasta las grietas más recónditas de la vida cotidiana y a apresurar los nuevos rumbos irreversibles de la historia de Cuba. Las comunicaciones con el resto del mundo se habían reducido al mínimo esencial. Los cinco vuelos diarios a Miami y los dos semanales de Cubana de Aviación a Nueva York fueron interrumpidos desde la Crisis de Octubre. Las pocas líneas de América Latina que tenías vuelos a Cuba los fueron cancelando a medida que sus países interrumpían las relaciones diplomáticas y comerciales, y sólo quedo un vuelo semanal desde México que durante muchos años sirvió de cordón umbilical con el resto de América, aunque también como canal de infiltración de los servicios de subversión y espionaje de los Estados Unidos. Cubana de Aviación, con su flota reducida a los épicos Bristol Britannia que eran los únicos cuyo mantenimiento podían asegurar mediante acuerdos especiales con los fabricantes ingleses, sostuvo un vuelo casi acrobático a través de la ruta polar hasta Praga. Una carta de Caracas, a menos de mil kilómetros de la costa cubana, tenía que darle la vuelta a medio mundo para llegar a La Habana. La comunicación telefónica con el resto del mundo tenía que hacerse por Miami o Nueva York, bajo el control de los servicios secretos de los Estados Unidos, mediante un prehistórico cable submarino que fue roto en una ocasión por un barco cubano que salió de la bahía de La Habana arrastrando el ancla que había olvidado levar. La única fuente de energía eran los 5 millones de toneladas de petróleo que los tanqueros soviéticos transportaban cada año desde los puertos del Báltico, a 14 mil kilómetros de distancia, y con una frecuencia de un barco cada 53 horas. El Oxford, un buque de la CIA equipado con toda clase de elementos de espionaje, patrulló las aguas territoriales cubanas durante varios años para vigilar que ningún país capitalista, salvo los muy pocos que se atrevieron, contrariara la voluntad de los Estados Unidos. Era además una provocación calculada a la vista de todo el mundo. Desde el malecón de La Habana o desde los barrios altos de Santiago se veía de noche la silueta luminosa de aquella nave de provocación anclada en aguas territoriales. Tal vez muy pocos cubanos recordaban que del otro lado del mar Caribe, tres siglos antes, los habitantes de Cartagena de Indias habían padecido un drama similar.

Las 120 mejores naves de la armada inglesa, al mando del almirante Vernon, habían sitiado la ciudad con 30 mil combatientes selectos, muchos de ellos reclutados en las colonias americanas que más tarde serían los Estados Unidos. Un hermano de George Washington, el futuro libertador de esas colonias, estaba en el estado mayor de las tropas de asalto. Cartagena de Indias, que era famosa en el mundo de entonces por sus fortificaciones militares y la espantosa cantidad de ratas de sus albañales, resistió el asedio con una ferocidad invencible, a pesar de que sus habitantes terminaron por alimentarse con lo que podían, desde las cortezas de los árboles hasta el cuero de los taburetes. Al cabo de varios meses, aniquilados por la bravura de guerra de los sitiados, y destruidos por la fiebre amarilla, la disentería y el calor, los ingleses se retiraron en derrota. Los habitantes de la ciudad, en cambio, estaban completos y saludables, pero se habían comido hasta la última rata.

Muchos cubanos, por supuesto, conocían este drama. Pero su raro sentido histórico les impedía pensar que pudiera repetirse. Nadie hubiera podido imaginar, en el incierto Año Nuevo de 1964, que aún faltaban los tiempos peores de aquel bloqueo férreo y desalmado, y que había de llegarse a los extremos de que se acabara hasta el agua de beber en muchos hogares y en casi todos los establecimientos públicos.
Publicado en Proceso No. 0090- 01. 24 de julio de 1978.

miércoles, 23 de abril de 2014

Las guerras de Estados Unidos vuelven al país con los soldados


Por Ann Jones
Después de una discusión por el rechazo de una licencia, el soldado especialista López sacó una pistola Smith & Wesson calibre 45 y comenzó una matanza indiscriminada en Fort Hood, la mayor base de Estados Unidos, que dejó tres soldados muertos y 16 heridos. Cuando lo hizo, también sacó del armario las mortecinas guerras de EE.UU. Esta vez, una matanza masiva en Fort Hood, la segunda en cuatro años y medio, fue cometida por un hombre que no era un “extremista” religioso ni político. Parece que solo era uno de los veteranos heridos y perturbados de EE.UU. que ahora ascienden a cientos de miles.
Unos 2,6 millones de hombres y mujeres han sido enviados, a menudo repetidamente, a las guerras de Irak y Afganistán, y según un reciente estudio de veteranos de esas guerras realizado por el Washington Post y la Kaiser Family Foundation, casi un tercio dice que su salud mental es peor que cuando partieron, y casi la mitad dice lo mismo de su condición física. Casi la mitad dice que sufren repentinos estallidos de ira. Solo un 12% de los veteranos entrevistados afirman que ahora están “mejor” mental o físicamente que antes de partir a la guerra.
La cobertura de los medios después de la matanza de López fue, por supuesto, continua y hubo mucha discusión sobre el PTSD (trastorno de estrés postraumático).
Es la etiqueta (poco comprensible) que ahora se utiliza indiscriminadamente para explicar casi cualquier cosa desagradable que ocurra a o sea causada por actuales o antiguos hombres y mujeres militares. En medio de la andanada de cobertura, sin embargo, algo faltaba: la evidencia de que desde hace años la violencia de las guerras distantes de EE.UU. vuelve para agobiar a la “patria” junto con los soldados. En ese contexto los asesinatos de López, aunque a una escala a la que no se ha llegado con frecuencia, constituyen una marca más en una sangrienta pista letal que conduce de Irak y Afganistán al corazón de EE.UU., a bases y patios interiores en toda la nación. Es una historia con un número de víctimas que no debemos ignorar.
LA GUERRA VUELVE AL PAÍS
Durante los últimos 12 años, muchos veteranos que han “empeorado” durante la guerra se podían encontrar en las bases del país y sus alrededores esperando para volver a desplegarse y a veces cometiendo daños graves contra otros y contra sí mismos. La organización Veteranos de Irak Contra la Guerra (IVAW) ha hecho campaña durante años por el “derecho a sanar” de un soldado entre despliegues. El próximo mes publicará su propio informe sobre una práctica común en Fort Hood de enviar a soldados dañados y fuertemente medicados de vuelta a zonas de combate a pesar de las órdenes de los médicos y las regulaciones oficiales de la base. No se puede esperar que esos soldados sobrevivan en buena forma.
Inmediatamente después del tiroteo indiscriminado de López, el presidente Obama habló de esos soldados que han servido múltiples períodos en las guerras y “necesitan sentirse seguros” en sus bases de operaciones. Pero lo que el presidente calificó de “ese sentido de seguridad… roto una vez más” en Fort Hood, se ha deshecho una y otra vez en bases y ciudades de todo EE.UU. post 11-S, desde que los soldados vejados, engañados y maltratados comenzaron a llevar consigo la guerra a su país.
Desde 2002, soldados y veteranos han estado cometiendo asesinatos individualmente y en grupos, matando a esposas, novias, niños, otros soldados, amigos, conocidos, personas ajenas a ellos y –en sobrecogedoras cantidades– a sí mismos. La mayoría de esos asesinatos no han ocurrido a una escala masiva, pero se suman, incluso si nadie lleva la cuenta. Hasta la fecha nunca se han contado en su totalidad.
Los primeros veteranos de la guerra en Afganistán volvieron a Fort Bragg, Carolina del Norte, en 2002. En rápida sucesión, cuatro de ellos asesinaron a sus esposas, después de lo cual tres de los asesinos se quitaron su propia vida. Cuando un periodista del New York Times pidió a un oficial de las Fuerzas Especiales que comentara sobre esos eventos, respondió: “A las Fuerzas Especiales no le gusta comentar sobre asuntos emocionales. Somos gente de Tipo A que saltamos a la torera cosas semejantes, como noticias de ayer”.
Por cierto, gran parte de los medios y gran parte del país han hecho precisamente eso. Aunque medios cercanos a la escena han informado de asesinatos individuales cometidos por “los héroes de nuestra nación” en el “frente interior”, la mayor parte de esos crímenes nunca llegan a las noticias nacionales y muchos son invisibles incluso localmente cuando solo se informa de ellos como asesinatos de rutina sin mencionar el hecho aparentemente insignificante de que el asesino era un veterano. Solo cuando esos crímenes se agrupan alrededor de una base militar los diligentes periodistas locales parecen juntar las piezas del cuadro general.
En 2005, Fort Bragg había registrado la décima fatalidad semejante de “violencia doméstica”, mientras en la Costa Oeste, el Seattle Weekly había llevado la cuenta de muertes entre soldados en servicio activo y veteranos en el Estado oeste de Washington hasta siete homicidios y tres suicidios. “Cinco esposas, una novia y un niño fueron asesinados; otros cuatro niños perdieron a uno o a ambos progenitores por muerte o encarcelamiento. Tres soldados se suicidaron, dos de ellos después de matar a su esposa o amiga. Cuatro soldados fueron enviados a la prisión. Uno estaba en espera de juicio”.
En enero de 2008 The New York Times intentó por primera vez llevar la cuenta de semejantes crímenes. Encontró “121 casos en los cuales veteranos de Irak y Afganistán cometieron un asesinato en este país, o fueron acusados de cometerlo, después de su retorno de la guerra”. Enumeró titulares tomados de periódicos locales más pequeños: Lakewood, Washington, “Familia culpa Irak después que hijo mata a su esposa”; Pierre, Dakota del Sur, “Soldado acusado de asesinato testifica sobre estrés post-guerra”; Colorado Springs, Colorado, “Veteranos de la guerra de Irak sospechosos de dos asesinatos premeditados, banda de delincuentes”.
The Times estableció que cerca de un tercio de las víctimas de asesinatos fueron esposas, amigas, hijos u otros parientes del asesino, pero significativamente, un cuarto de las víctimas fueron otros soldados. El resto eran conocidos o extraños. Entonces, tres cuartos de los soldados homicidas todavía estaban en las fuerzas armadas. La cantidad de homicidios representó entonces un aumento de cerca de 90% en los cometidos por personal en servicio activo y veterano en los seis años desde la invasión de Afganistán en 2001. Sin embargo después de rastrear esa “pista de muerte y angustia por todo el país”, The Times señalo que su investigación probablemente había revelado solo “la cantidad mínima de casos semejantes”. Un mes después, descubrió “más de 150 casos de violencia doméstica fatal o abuso infantil [fatal] en EE.UU. en la que estaban involucrados soldados y nuevos veteranos”.
Hubo más casos. Después de que el equipo de Combate de la Cuarta Brigada de Fort Carson, Colorado, volviera de Irak en 2008, nueve de sus miembros fueron acusados de homicidio, mientras “las acusaciones de violencia doméstica, violaciones y abusos sexuales” en la base aumentaban fuertemente. Tres de las víctimas de asesinatos fueron esposas o novias; cuatro fueron otros soldados y dos fueron extraños escogidos al azar.
De vuelta a Fort Bragg, en la cercana base de marines de Camp Lejeune, los militares asesinaron a cinco mujeres militares en un período de nueve meses entre diciembre de 2007 y septiembre de 2008. Hasta entonces, la coronel del ejército Ann Wright había identificado por lo menos 15 muertes altamente sospechosas de mujeres militares en las zonas de guerra que habían sido oficialmente calificadas de “no relacionadas con combates” o “suicidios”. Planteó una pregunta que nunca obtuvo respuesta: “¿Existe encubrimiento por parte del ejército de violaciones y asesinatos de mujeres soldados?” Los asesinatos que tuvieron lugar cerca de Fort Bragg y Camp Lejeune (pero allí), todos investigados y enjuiciados por autoridades civiles, plantearon otra pregunta: “¿Había algunos soldados que traían a casa no solo la violencia genérica de la guerra, sino crímenes específicos que habían practicado en el exterior?
ATRAPADOS EN “MODO COMBATE”
Mientras esta especie de combate en el interior pocas veces llegó a las noticias nacionales, los asesinatos no se han detenido. En realidad han continuado mes tras mes, año tras año, generalmente mencionados solo por medios locales. Muchos de los asesinatos sugieren que los asesinos se sentían como si estuvieran en alguna especie de misión privada en “territorio enemigo” y que ellos mismos eran hombres que, en distantes zonas de combate, se habían acostumbrado a matar y adquirieron el hábito. Por ejemplo, Benjamin Colton Barnes, un veterano del ejército de 24 años, fue a una fiesta en Seattle y se involucró en un tiroteo en el que hubo cuatro heridos. Entonces huyó al Parque Nacional Mount Rainier donde mató a tiros a una guarda forestal (madre de dos pequeños niños) y disparó a otros antes de escapar hacia las montañas cubiertas de nieve donde se ahogó en un torrente.
Según las informaciones, Barnes, veterano de Irak, había vivido una dura transición a la vida dentro del país después de que le dieran de baja en el ejército en 2009 por mala conducta tras haber sido arrestado por conducir borracho y portar un arma. (También amenazó a su esposa con un cuchillo). Fue uno de más de 20.000 veteranos perturbados del ejército y de los marines que las fuerzas armadas dieron de baja entre 2008 y 2012 por motivos “distintos de los honorables” y sin prestaciones, atención sanitaria o ayudas.
Enfrentadas a la costosa perspectiva de prestar atención a largo plazo a estos veteranos más frágiles, las fuerzas armadas prefirieron librarse de ellos. Barnes fue despedido de la Base Conjunta Lewis-McChord cerca de Tacoma, Washington, que en 2010 había sobrepasado Fort Hood, Fort Bragg, y Fort Carson en violencia y suicidios para convertirse en la base del interior “más conflictiva” de las fuerzas armadas.
Algunos soldados homicidas actúan en conjunto, tal vez recreando en casa ese famoso sentimiento fraternal de la “banda de hermanos” militares. En 2012 en Laredo, Texas, unos agentes federales dándoselas de dirigentes de un cártel mexicano de la droga arrestaron al teniente Kevin Corley y al sargento Samuel Walker –ambos del tristemente célebre equipo de combate de la Cuarta Brigada de Fort Carson– y a otros dos soldados en su escuadrón de la muerte privado que habían ofrecido sus servicios para matar a miembros de cárteles rivales. “Trabajo húmedo”, le denominaban los soldados y estaban tan bien entrenados para hacerlo que los auténticos cárteles mexicanos de la droga habían contratado a ambiciosos veteranos de Fort Bliss, Texas, y probablemente de otras bases en las zonas fronterizas, para eliminar objetivos mexicanos y estadounidenses a 5.000 dólares por cabeza.
Parece que semejantes soldados nunca salen del modo de combate. El psiquíatra de Boston Jonathan Shay, bien conocido por su trabajo con veteranos perturbados de la Guerra de Vietnam, señala que las habilidades inculcadas al soldado de combate –astucia, engaño, rapidez, sigilo, un repertorio de técnicas asesinas y la supresión de los sentimientos de compasión y culpabilidad– lo equipan perfectamente para una vida de crimen. “Lo diré del modo más directo posible”, escribe Shay en Odysseus in America: Combat Trauma and the Trials of Homecoming, “El servicio en combate per se prepara el camino hacia carreras criminales después, en la vida civil”. Durante la última década, cuando el Pentágono aflojó los estándares para rellenar las filas, algunos miembros emprendedores, por lo menos de 53 bandas estadounidenses distintas, iniciaron sus carreras criminales alistándose, entrenando y sirviendo en zonas de guerra para perfeccionar sus habilidades especiales.
Algunos veteranos han llegado a convertirse en terroristas nacionales, como el veterano de la “Tormenta del Desierto” Timothy McVeigh, quien mató a 168 personas en el edificio federal de Oklahoma en 1995 o en asesinos masivos como Wade Michael Page, el veterano del ejército y superracista que asesinó a seis creyentes en un templo sij en Oak Creek, Wisconsin, en agosto de 2012. Page había llegado a conocer la ideología de la supremacía blanca a los 20 años, tres años después de entrar al ejército, cuando se adhirió a un grupo neonazi en Fort Bragg. Eso fue en 1995, el año en el que tres paracaidistas de Fort Bragg asesinaron a dos residentes locales negros, un hombre y una mujer, para merecer sus tatuajes neonazis en forma de telas de araña.
Una cantidad desconocida de asesinos semejantes, simplemente queda libre, como el soldado raso del ejército (y excadete de West Point) Isaac Aguigui, quien fue finalmente condenado el pasado mes en un tribunal penal en Georgia por asesinar a su mujer embarazada, sargento Deirdre Wetzker Aguigui, lingüista del ejército, hace tres años. Aunque el cuerpo esposado de Deirdre Aguigui había revelado múltiples golpes y señales de lucha, el médico legista militar no “detectó una causa anatómica de muerte”, un hecho conveniente para el ejército, que no tuvo que seguir investigando, e Isaac Aguigui cobró medio millón de dólares en prestaciones militares por fallecimiento y seguro de vida para financiar su propia guerra.
En 2012, las autoridades en Georgia acusaron a Aguigui y a tres veteranos de Fort Stewart de los asesinatos al estilo de ejecuciones del exsoldado raso Michael Roark, de 19 años, y su amiga Tiggany York, de 17. El juicio en un tribunal penal civil reveló que Aguigui (quien nunca fue enviado al frente) había formado su propia milicia de veteranos de combate perturbados llamada FEAR (Eternamente estoicos, siempre listos) y conspiraba para apoderarse de Fort Stewart apoderándose del punto de control de municiones. Entre otros planes de su grupo, estaba asesinar a oficiales no nombrados con coches bomba, hacer volar una fuente en Savannah, envenenar una cosecha de manzanas en el Estado natal de Aguigui, Washington y unirse a otros grupos de milicias privadas en todo el país en un complot para asesinar al presidente Obama y tomar el control del Gobierno de EE.UU. El año pasado, el tribunal en Georgia condenó a Aguigui en el caso de las ejecuciones de FEAR y lo sentenció a cadena perpetua. Solo entonces un médico legista civil determinó que primero había asesinado a su mujer.
EL MANTENIMIENTO DEL ORDEN
Los ejercicios rutinarios de entrenamiento básico y los eventos catastróficos de la guerra dañan a muchos soldados de maneras que parecen sombríamente irónicas cuando vuelven a casa para traumatizar o matar a sus parejas, sus hijos, otros soldados o extraños al azar en una ciudad o en una base. Pero de nuevo para obtener las historias tenemos que basarnos en periodistas locales. The Austin American-Statesman, por ejemplo, informa de que, desde 2003, en el área alrededor de Fort Hood en Texas central, casi el 10% de los involucrados en incidentes de disparos con la policía han sido veteranos de las fuerzas armadas o miembros en servicio activo. En cuatro enfrentamientos separados desde diciembre pasado, la policía mató a tiros a dos veteranos que habían vuelto recientemente e hirió a un tercero, mientras un policía resultó muerto. Un cuarto veterano sobrevivió a un tiroteo sin daño alguno.
Semejantes enfrentamientos trágicos llevaron a los funcionarios estatales y municipales de Texas a desarrollar un Programa de Reacción Táctica ante Veteranos para entrenar a la policía en el manejo de tipos militares perturbados. Algunas de las técnicas estándar que utiliza la policía de Texas para intimidar y controlar a sospechosos –gritos, lanzamiento de “flashbangs” (granadas), o incluso realizar disparos de advertencia– son contraproducentes cuando el sospechoso es un veterano en crisis, armado y altamente entrenado a abrir fuego por reflejo. El policía civil promedio es inferior a un combatiente enfurecido, como dijo el presidente en Fort Hood, “del mejor ejército que el mundo haya conocido”. Por otra parte, un veterano con su cerebro dañado que necesita tiempo para responder órdenes o responder preguntas puede ser maltratado, aplastado, atacado con táser, aporreado o algo peor por policías antes de que tenga tiempo de decir una palabra.
Y hay otro giro irónico. Durante la última década, los reclutadores militares han presentado como atractivo la política de “preferencia para veteranos” en las prácticas de reclutamiento de los departamentos de policía. La perspectiva de una carrera vitalicia en el mantenimiento del orden después de un solo período de servicio militar tienta a muchos adolescentes vacilantes a alistarse. Pero los veteranos que son finalmente dados de baja del servicio y se ponen el uniforme de un policía civil ya no son los mismos que cuando se alistaron.
En Texas en la actualidad, un 37% de la policía de Austin, la capital del Estado, está compuesta de exmilitares, y en ciudades más pequeñas y pueblos en el área de Fort Hood, la cifra supera la marca del 50%. Todos saben que los veteranos necesitan puestos de trabajo, y en teoría pueden ser muy buenos para controlar a soldados conflictivos en crisis, pero llegan a su puesto entrenados para ser muy buenos en la guerra. Cuando encuentran al próximo Ivan López, forman un combo potencialmente combustible.
La mayor parte de los hombres y mujeres militares de EE.UU. no quieren ser “estigmatizados” por asociación con los soldados violentos mencionados. Tampoco lo quieren los exmilitares quienes ahora, como miembros de las fuerzas de policía civil, se enfrentan periódicamente a violentos veteranos en Texas y en todo el país. El nuevo sondeo Kaiser del Washington Post revela que la mayoría de los veteranos están orgullosos de su servicio militar y no están contentos con su retorno a casa. Casi la mitad de ellos piensan que los civiles estadounidenses, como los ciudadanos de Irak y Afganistán, no los “respetan” genuinamente y más de la mitad se sienten desconectados de la vida en EE.UU. Creen que tienen mejores valores morales y éticos que los demás ciudadanos, una virtud pregonada por igual por el Pentágono y los presidentes. El 60% dice que son más patrióticos que los civiles. El 70% dice que los civiles no los comprenden en absoluto. Y casi un 90% de los veteranos dicen que en un santiamén se volverían a alistar para combatir.
Los estadounidenses en el “frente interior” nunca fueron movilizados por sus dirigentes y generalmente no han asumido las guerras libradas en su nombre. Al respecto, sin embargo, tenemos otra ironía: resulta que tampoco lo han hecho la mayoría de los hombres y mujeres militares de EE.UU. Como sus contrapartes civiles, muchos de los cuales están demasiado fácilmente dispuestos a volver a desplegar a esos soldados para intervenir en países que ni siquiera pueden encontrar en un mapa, una cantidad significativa de veteranos todavía tiene que deshacer sus maletas y examinar las guerras que han traído a casa en su equipaje y en demasiados casos sórdidos, ellos, sus seres queridos, los demás soldados, y a veces extraños al azar pagan el precio.
(Tomado de Rebelión)
  • Texto traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
  • La colaboradora regular de TomDispatch Ann Jones es autora del nuevo libro: They Were Soldiers: How the Wounded Return from America’s Wars — the Untold Story, un proyecto de Dispatch Books en cooperación con Haymarket Books. (Jeremy Scahill acaba de elegirlo como su libro favorito de 2013.) Jones, quien ha informado desde Afganistán desde 2002, es también autora de dos libros sobre el impacto de la guerra en civiles: Kabul in Winter y War Is Not Over When It’s Over. Su sitio en la web es annjonesonline.com.

martes, 22 de abril de 2014

Organización que patrocina a Yoani Sánchez participó en proyecto ZunZuneo

RAICES DE ESPERANZA copia
La mayor organización de jóvenes cubanoamericanos fue un apoyo estratégico para el programa secreto del gobierno federal conocido como el “Twitter cubano”, y sirvió de pantalla a los contratistas de la USAID con potenciales inversores e incluso fueron empleados como consultores pagados, afirma hoy una nueva investigación de la agencia The Associated Press (AP).
Entrevistas y documentos obtenidos por la AP muestran que los líderes de la organización Raíces de Esperanza, fueron abordados por los organizadores del programa de la USAID, a principios de 2011 para que utilizaran el servicio de mensajes de texto, conocido como ZunZuneo, y discutieron cómo enmascararlo con manos privadas. Pocos o ningún inversionista estaban dispuestos a financiar en forma privada a ZunZuneo y los miembros de Raíces de Esperanza que lo hicieron terminaron abandonando la idea. Pero por lo menos dos personas en su Consejo de administración trabajaron como consultores, incluso mientras servían en una organización que se públicamente decía que se negaba a aceptar los fondos del gobierno EE.UU. y que se había distanciado de los grupos que lo hicieron.
La revelación podría tener amplias repercusiones para esta organización de cubano-americana, una de más visibles e influyentes según AP. Raíces de Esperanza fue un actor clave en la presentación en Cuba de la estrella del pop latino Juanes, en el 2009, y en la promoción de tecnología en la isla, evento utilizada para iniciar el proyecto ZunZuneo en la Isla, una operación clandestina e  ilegal del gobierno de los EEUU financiada por la USAID.
Sus líderes recientemente acompañaron a la bloguera cubana Yoani Sánchez a Washington, donde se reunió con el vicepresidente Joe Biden, afirma AP.
Chris Sabatini, director al frente del área política de Americas Society y del Council of the Americas, dijo que no estaba sorprendido de que líderes de Raíces de Esperanza se habían acercado a la USAID para participar en el proyecto ZunZuneo, dadas las grandes sumas de dinero que la USAID tiene disponible y el número limitado de grupos creativos y expertos en tecnología que trabajan en temas de Cuba.
“Creo que el riesgo está en la contaminación del grupo, un grupo que creo ha hecho un trabajo increíble y movilizó a una nueva generación hacia una agenda mucho más pragmática”, dijo Sabatini.
También llega en un momento delicado, afirma AP: la organización está tratando de ayudar a Sánchez a desarrollar un nuevo proyecto de medios en Cuba. El enlaces con el programa de la USAID podría hacer esa posibilidad más difícil, reconoce AP, pues  es inevitable que Cuba vea en este esfuerzo el intento de  EE.UU. de socavar el gobierno en la Isla.
Matt Herrick, el portavoz de la USAID, se negó a dar a la AP los nombres de las personas empleadas como contratistas. Sin embargo, los documentos obtenidos por la AP muestran una amplia participación en el ZunZuneo de la organización Raíces de Esperanza, que patrocina a Yoani Sánchez, de la mano de prominentes miembros del Consejo de la organización juvenil.

Revela New York Times detalles de otra red ilegal financiada por EEUU contra Cuba

commotionEn un artículo publicado este lunes, The New York Times reveló que el Departamento de Estado norteamericano proporcionó 2.8 millones de dólares a un equipo de hackers y activistas comunitarios y conocedores de programación para desarrollar un sistema de redes que permite a personas afines a los intereses de Washington en diferentes partes del mundo a comunicarse sin interferencias de sus gobiernos por Internet.
El diario estadounidense  asegura que esta red se probó en la ciudad de Sayada, en Túnez, iniciada por académicos y expertos informáticos tunecinos que participaron en el levantamiento del 2011 que derrocó al presidente Zine al-Abidin Ben Ali. La red de Sayada no está conectada a Internet, pero cubre grandes áreas del pueblo habitado por unas 14,000 personas.
“Está claro que Estados Unidos ve a Sayada como una prueba del concepto antes de desplegarlo en zonas más disputadas”, dijo The New York Times, al destacar las financiaciones de USAID para los programas de OTI y el similar a Twitter para Cuba, llamado ZunZuneo.
La Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) ha “otorgado una subvención de tres años a la New America Foundation para hacer esta plataforma disponible en Cuba”, dijo Matt Herrick, un portavoz de la agencia.
Aseguró que la USAID dispuso de 4,3 millones para crear este tipo de redes en Cuba. El software, denominado “Commotion”, es un importante rediseño de sistemas de conexión inalámbrica que se han ejecutado durante años por expertos de toda Europa, asegura el diario.
Sin embargo, dijo Herrick, “estamos revisando el programa, y no es operativo en Cuba en este momento”, añadió.
The New York Times devela, sin embargo, que Radio Free Asia, una emisora financiada por el Gobierno de los Estados Unidos, ha otorgado un presupuesto de un millón de dólares para explorar la implementación de este tipo de redes en el extranjero.
Los países involucrados no han sido revelados, dijo Sascha Meinrath, fundador de “Open Technology Institute at the New America”, y agregó: “No puedo hablar de lugares específicos porque las vidas podrían estar en peligro.”
El proyecto Commotion lo lleva el Instituto de Tecnología Abierta, una iniciativa de la New America Foundation, un tanque pensante con sede en Washington DC (EE.UU.).

Aprueban en EE.UU. nuevo plan subversivo contra Cuba

Este programa pretende la desetabilización política en la Isla.
Este programa pretende la desestabilización política en la Isla.
El gobierno de Estados Unidos sometió a revisión un programa para elaborar la tecnología de un sistema de redes ilegales de acceso inalámbrico a internet (WiFi) en Cuba, advierten hoy medios digitales. La noticia trasciende días después del revuelo causado por recientes revelaciones de la agencia Associated Press (AP) sobre una plataforma similar a Twitter diseñada para la isla y denominada ZunZuneo, cuyos fines subversivos fueron denunciados por La Habana.
Según el reporte, la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID, por sus siglas en inglés) aprobó en 2012 la financiación para el Open Technology Institute (OTI) en Washington, encargado de diseñar el sistema de redes ilegales inalámbricas en Cuba.
Tales fondos son parte de los esfuerzos de esa agencia -señalada por su trayectoria injerencista- “para promover la libertad de internet, la democracia y la sociedad civil en Cuba”, dijo Matt Herrick, un portavoz.
Commotion, nombre por el cual se conoce el sistema, “no está operativo en Cuba”, agregó Herrick, quien subrayó que esta revisión a los fondos de OTI (que expiran en septiembre de 2015) es para saber si tiene consistencia y “logra los resultados esperados”.
Dice la prensa que un aspecto extraño del dinero de USAID es que OTI integra el tanque pensante New America Foundation, con sede en Washington que tiene otra parte, la U.S.-Cuba Policy Initiative, que favorece una normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba.
Hace dos años, la directora de Initiative, Anya Landau French, escribió en la entrada de un blog que dejó en claro su creencia de “que los programas de Usaid en Cuba han fracasado en mucho de sus objetivos y son en realidad a menudo contraproducentes para cualquiera asociado con ellos”.
Un artículo publicado la víspera en la edición impresa del diario The New York Times sacó a flote detalles sobre un sistema similar a Commotion en Túnez, financiado por elDepartamento de Estado, y se hace mención a Cuba.
El rotativo afirmó que la red se probó en la ciudad tunecina de Sayada con la participación de académicos y expertos informáticos de esa nación que estuvieron involucrados en el levantamiento de 2011 que derrocó al presidente Zine al-Abidin Ben Ali.
La prensa cubana publicó recientemente que la USAID entregaría a diversas empresas subcontratadas 4,3 millones de dólares destinados a fomentar el montaje de estas redes inalámbricas clandestinas a través del proyecto Commotion, que en español se traduce como conmoción, alborto, disturbio.
Simulando que la referida inversión estaría destinada a ofrecer a emprendedores tecnológicos cubanos el equipamiento necesario para crear sus propias, los medios insisten en que la verdadera pretensión era crear una malla de usuarios para desinformarlos de la situación del país o convocar a manifestaciones opositoras.
El vocero de la Usaid admitió que este programa es parte del “prolongado compromiso del gobierno de Estados Unidos” por facilitar las comunicaciones abiertas entre el pueblo cubano y el mundo externo.
Lo que observadores traducen en que Washington no ha renunciado a la estrategia de subvertir el proyecto social en la isla antillana, apoyado en el contexto actual en los avances de las tecnologías de la información y las comunicaciones.
(Tomado de Prensa Latina)

lunes, 21 de abril de 2014

Otra multa del bloqueo para estrangular el turismo a Cuba


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El Departamento del Tesoro de Estados Unidos sancionó con una multa de 5,9 millones de dólares a una agencia de viajes con sede en Holanda, al transportar casi 45,000 personas a Cuba en los últimos años, lo que para esa entidad norteamericana constituye una violación al bloqueo económico a la isla.
De acuerdo al documento del Tesoro, la compañía CWT B.V, filial de la holandesa Carlson Wagonlit Travel, recibió en 2006 capital de origen estadounidense, con lo cual pasó a estar sujeta a las leyes del embargo económico y, sin embargo, siguió manteniendo “negociaciones en las que Cuba o sus nacionales tenían un interés”.
Las empresa One Equity Partners II y Chase Travel Investment fueron mencionadas en algunos reportes de negocios como propietarias de CWT en 2010.
Las violaciones que merecieron la sanción se cometieron entre el 8 de agosto de 2006 hasta el 28 de noviembre de 2012, años en los que la empresa habría transportado hacia o desde Cuba a 44.430 personas, según un informe emitido por el Tesoro el pasado viernes.
“CWT fracasó en ejercer un grado mínimo de precaución o cuidado en relación con sus obligaciones de cumplimiento de las sanciones OFAC hacia Cuba”, señala el documento.
De acuerdo al medio, la Oficina de Control de Bienes Extranjeros (OFAC) del Tesoro había determinado inicialmente una multa de 11.093.500 millones de dólares contra la compañía, la cual luego fue reducida dado que CWT “reportó voluntariamente las supuestas violaciones, las detuvo, cooperó con los investigadores de EEUU”.
(Con información de EFE)

domingo, 20 de abril de 2014

La verdad se va conociendo

Primero se descubre a un mentiroso que a un cojo y este es el caso de los verdaderos actores de los sucesos en Ucrania.La sospecha de que Estados Unidos estaba detrás de la manipulación de las protestas en Kiev no eran falsas, los métodos empleados despedían un olor conocido made in USA. La repetición durante los últimos 60 años deja una huella indeleble e inconfundible, que no requiere de cartas de presentación.
Los inocentes e incrédulos que aún deambulan por el mundo, ahora podrán tener la certeza de quien es el diseñador y financista de las revueltas y actos violentos en Ucrania, con solo saber que el director de la CIA, John Brennan, viajó recientemente de incógnito a Kiev, capital ucraniana.
El motivo de dicho viaje fue para brindar orientaciones a los cuerpos de seguridad en el empleo de la fuerza represiva contra quienes protesten por las acciones que ejecutan las nuevas autoridades a favor de Occidente.
Lo que tanto critican y denuncian los supuestos campeones de los derechos humanos del mundo, es lo que precisamente hacen contra los ciudadanos que reclaman justicia y democracia.
La cruzada mediática que iniciaron contra Rusia y la supuesta amenaza que representa para la paz en la región, dieron origen a las sanciones impuestas actualmente de conjunto con la Unión Europea, todo lo cual forma parte de un viejo plan para satanizarla y resucitar el fantasma del comunismo.
En momentos como estos recordamos las palabras de Dwight Eisenhower, quien fuera presidente de Estados Unidos hasta enero de 1961, cuando aseguró:
“Nuestro objetivo en la guerra fría no es conquistar o someter por la fuerza un territorio. Nuestro objetivo es más sutil, más penetrante, más completo. Estamos intentando, por medios pacíficos, que el mundo crea la verdad. La verdad es que los norteamericanos queremos un mundo en paz, un mundo en el que todas las personas tengan oportunidad del máximo desarrollo individual.
A los medios que vamos a emplear para extender esta verdad se les suele llamar “guerra psicológica”. No se asusten del término porque sea una palabra de cinco sílabas. La “guerra psicológica” es la lucha por ganar las mentes y las voluntades de los hombres”.
Ante este nuevo escenario creado por Estados Unidos en Ucrania solo queda decir:
¡Que los compren quienes no los conozcan!

Recrudece la guerra económica contra Cuba

Arthur González
Allen_w_Dulles-KennedyEl 18 de enero de 1962, el presidente J.F. Kennedy aprobó el Programa de Acción Encubierta contra Cuba, denominado Operación Mangosta, en el cual se estructura oficialmente la Guerra Económica.Dicho Programa le fue presentado por la CIA en noviembre de 1961, a solo pocos meses del rotundo fracaso de la invasión mercenaria a Cuba en las arenas de Bahía de Cochinos y el objetivo perseguido era: “Ayudar a los cubanos a derrocar al régimen comunista en Cuba e instaurar un nuevo gobierno con el cual Estados Unidos pueda vivir en paz”.
Entre las principales líneas de acción reflejan: “La acción política será apoyada por una Guerra Económica que induzca al régimen comunista a fracasar en su esfuerzo por satisfacer las necesidades del país, operaciones psicológicas que acrecentarán el resentimiento de la población contra el régimen, y las de tipo militar darán al movimiento popular un arma de acción para el sabotaje y la resistencia armada en apoyo a los objetivos políticos”.
Este andamiaje subversivo persigue establecer el desencanto y el desaliento, para que el pueblo se lance a las calles a protestar contra su gobierno al no poder resolverle sus acuciantes problemas, algo similar a lo que hacen hoy contra Venezuela.
El Gobierno norteamericano internacionaliza esta Guerra Económica contra todos los países que intenten comercializar con Cuba y uno de los más recientes casos es el castigo impuesto contra la empresa mexicana MICRA, dedicada a la venta y distribución de microscopios.
Dicha entidad en agosto del 2011, le vendió al Centro de Estudios Avanzados de Cuba, un microscopio valorizado en 100 mil dólares, dinero que entregó anticipadamente a la fábrica productora radicada en la República Checa.
El conocer el Departamento de Estado norteamericano que el equipo era para Cuba, de inmediato congeló la suma y perjudicó a la entidad mexicana; de ahí que sus representantes iniciaran una batalla legal para que el Gobierno estadounidense y Banamex Citibank, les devuelva los cien mil dólares que mantienen bajo “investigación”.
La Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de Servicios Financieros (CONDUSEF) de México no los apoyó, y mucho menos la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, lo que evidencia la presión política de los norteamericanos.
En demencial política por estrangular la economía cubana, el Gobierno norteamericano presiona a cadenas mayoristas como laPricesmart Inc, la cual en este mes de abril tomó la decisión de suspender las membresías de los compradores cubanos en su filial en Jamaica, en su casi totalidad miembros de la misión diplomática de Cuba en ese país,bajo el argumento de que el Bloqueo de EE.UU. prohíbe las relaciones económicas entre ambos países.
Después los yanquis tienen la poca vergüenza de declarar que es un “embargo bilateral” con Cuba, cuando en realidad es parte del andamiaje de la Guerra Económica para evitar que el sistema socialista cubano sirva de ejemplo a otros países del tercer mundo, tal y como plantean los especialistas del Council and Foreign Relation, en sus propuestas de 1999 al entonces presidente demócrata William Clinton y acogidas en la actualidad por el presidente Barack Obama.
Entre los objetivos de esa propuesta para lograr una Transición en Cuba, (léase destruir el sistema socialista), reflejan que:
La oposición de Estados Unidos a la Revolución cubana y el apoyo a la democracia y al desarrollo en este hemisferio, lograron frustrar las ambiciones cubanas de expandir su modelo económico e influencia política”.
Por tanto, hay que mantener la Guerra Económica para matar por hambre al pueblo cubano,basado en la insatisfacción y las dificultades económicas.
Así juegan con la vida de once millones de seres humanos y después se jactan de sentirse los “campeones” de los derechos humanos.
Que nadie lo dude, esos son los verdaderos sentimientos del Gobierno norteamericano.