martes, 24 de mayo de 2016

“House of Cards” y la ficción de los Derechos Humanos en Estados Unidos (+ Video)


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Ella es tan buena actriz como él, pero no son iguales. Foto: Netflix
Ella es tan buena actriz como él, pero no son iguales. Foto: Netflix
Claire Underwod es una mujer de sensual esbeltez a sus 48 años, pero fría, calculadora y maquiavélica. Roza con lo inescrupulosa y vil, pareciera que compite con su esposo, Frank Underwod, el POTUS de la serie “House of Card”, no solo por el poder político, sino por la malevolencia y la crueldad. Tanto es así que, a mi modo de ver como espectador, ha sido ese precisamente un elemento esencial en el éxito y, aunque parezca insólito decirlo, hasta un motivo de raro afecto hacia sus personajes en la serie que ya ronda en su cuarta temporada.
“House of Cards” es un dramatizado de corte político, que acapara la atención internacional desde su estreno el 1 de febrero del 2013. Como parte de su trama se adentra en el enrevesado sistema político norteamericano y su “democracia”, a partir de la ambición de sus protagonistas por llegar a lo más alto del poder político en ese país, a cualquier precio. Logra desnudar y mostrar casi tal cual son, desde el argumento del guion hasta la escenografía, todos los entresijos, inmoralidades y corrupción de la política norteamericana.
La caracterización del personaje de Claire está contrapuesta al simple significado que conforman las palabras “derechos humanos”. Sería una burla y hasta parte del cinismo asociarla en su condición de “first lady” como defensora de aquella Declaración Universal que en 1948 aprobó la Asamblea General de la ONU “como ideal común” de todos los pueblos del mundo.
Sin embargo, la vida transcurre más allá del plató. Y Robin Wright, la actriz que interpreta tan brillantemente este papel, acapara titulares por estos días, no por el protagónico en cuestión, sino por la denuncia al ultraje de sus Derechos Humanos como mujer en Estados Unidos.
Wright reveló en una reciente entrevista concedida a Judith Rodin, presidenta de la Fundación Rockefeller, la presión que tuvo que ejercer sobre Netflix, empresa del entretenimiento encargada de la serie, para recibir un pago igualitario con respecto a su compañero y coprotagonista Kevin Spacey (Frank Underwod).
Su reclamo parece sui generis, pero se une al de millones de mujeres que día a día ansían por ver cumplido este derecho en Estados Unidos. La afamada actriz planteó en la entrevista:
Es una pandemia, enfrentémoslo, la desigualdad. Las mujeres ganan el 82% de sus contrapartes masculinas, más o menos en promedio. Tienes que avergonzarlos y culparlos, y yo lo hice con mi programa recientemente. Les dije: quiero ganar lo mismo que Kevin (Spacey). Porque el paradigma es perfecto un ejemplo para usar, porque hay pocos programas de TV en los que el patriarca y la matriarca sean iguales y lo son en House of Cards. Revisé estadísticas y el papel de Claire Underwod es más popular que el de él durante un tiempo en esa temporada, así que capitalicé ese momento. Les dije: o me pagan o lo vuelvo público. Y lo hicieron”.
Robin traza su estrategia y habla de avergonzar y culpar, de paradigmas, de competencia y popularidad. Pero, ¿dónde quedan los instrumentos legales que amparan los derechos que le están siendo negados?
La Declaración Universal de los Derechos Humanos expresa que: “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos…” y más adelante agrega que “toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual”. Estados Unidos fue una de las 58 naciones que el 10 de diciembre de 1948 firmó dicha Declaración.
Y porque la vida tiene esa paradoja que desafía el más común de los sentidos, nos encontramos con que fue precisamente a una mujer norteamericana, Eleanor Roosevelt, viuda del presidente de EE.UU Franklin Delano Roosevelt, quien tuvo la responsabilidad de presidir la Comisión encargada de elaborar y proponer este documento.
Pero más allá del lenguaje virtuoso de tan trascendental Declaración, esta constituyó acicate para que se conformaran 61 instrumentos internacionales de Derechos Humanos sobre diversos tópicos, entre ellos precisamente los que protegen la igualdad de género, incluido el trabajo y el salario, sea hombre o mujer. Cabe mencionar por ejemplo: el “Convenio relativo a la igualdad de remuneración entre la mano de obra masculina y la mano de obra femenina por un trabajo de igual valor (1953) o “La Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (1979)”. Esta última señala que, “Los Estados Partes adoptarán todas las medidas apropiadas para eliminar la discriminación contra la mujer en la esfera del empleo…” y se adentra en los derechos a iguales condiciones y salarios.
Y viene entonces a comprenderse la causa principal del reclamo de la actriz Robin Wright. Ninguno de estos dos instrumentos de Derechos Humanos figura en la lista de los 18 que Estados Unidos apenas ha suscrito y por lo que se aprecia tampoco cumple como debiera la Declaración Universal, que reconoce y que tanto usa a su antojo.
Sin embargo, Cuba, nación a la que desde ese país pretenden moralizar en paños muy menores, la situación es bien diferente. Entre los 44 instrumentos internacionales de los que la Isla es Parte, se encuentran los dos citados con anterioridad que protegen a la mujer de cualquier tipo de discriminación. Además, la Constitución de la República deja clara la igualdad salarial, sin distinción de sexo; y el Código del Trabajo, actualizado y aprobado en el 2014, consagra este derecho fundamental y además se proyecta en la protección de la mujer en el área laboral.
En los últimos meses el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro Ruz, ha sido enfático en la politización que se pretende contra Cuba en la manipulación inmoral del tema de los Derechos Humanos. Frente al Presidente Obama, durante su visita a La Habana en marzo pasado, señaló:
“¿Qué país los cumple todos…? Ninguno, unos cumplen unos, otros cumplen otros…. habrá otros que cumplan más, y muchos que cumplen menos. No se puede politizar el tema de los derechos humanos, eso no es correcto.
Meses antes, durante el debate general del 70 período de Sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 28 de septiembre de 2015, expresó que es inaceptable “que se distorsione la promoción y protección de los derechos humanos, utilizándolos de forma selectiva y discriminatoria para validar e imponer decisiones políticas.
… A pesar de que la Carta nos llama a “reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana”, el disfrute de los derechos humanos continúa siendo una utopía para millones de personas.”
El caso de Wright es una muestra, eso sí microscópica, del doble rasero en la manipulación del tema y a la vez el reflejo de las utopías pendientes. Su caso es la excepción de la regla. Su victoria, la de haber logrado una remuneración por igual trabajo respecto a un hombre, de cerca de medio millón de dólares por cada capítulo, no fue un acto de justicia o reivindicación social del sistema, sino de conveniencia comercial. Continuarán en el espectro social norteamericano toda una legión de mujeres discriminadas.
Un reporte en el sitio digital de CNN en español de noviembre del 2015 señala que en Estados Unidos, las mujeres ganan, más o menos, dos tercios de lo que los hombres reciben por el mismo trabajo, situación que ha empeorado respecto al año anterior. Actualmente el país ascendió a la posición 74 (en el 2014 ocupaba la 65) en cuanto a la igualdad salarial entre 145 naciones. Pero el panorama no es alentador. Según el Foro Económico Mundial en su más reciente informe sobre la Brecha de Género Global, este problema tardará 118 años en solucionarse.
La cuarta temporada de “House of Cards” superó las anteriores y dejó una estela de expectativas e incógnitas. En este escenario me pregunto si para la próxima entrega, Claire Underwod lanzará un proyecto legislativo por la igualdad de la mujer en la esfera laboral, y así ver cumplido este derecho aunque sea desde la ficción, o entrará en un dilema matrimonial y presidencial por ganar ella lo mismo que Frank Underwod. Estará por verse.

Robin Wright en entrevista concedida a Judith Rodin, presidenta de la Fundación Rockefeller


viernes, 20 de mayo de 2016

Cannes propone en su sección de clásicos filme cubano Memorias del Subdesarrollo

Memorias del subdesarrollo
La sección de clásicos del Festival Internacional de Cannes propone hoy el filme Memorias del Subdesarrollo (1968), considerado una obra emblemática del cine cubano.
Dirigido por Tomás Gutiérrez Alea (Titón) y basado en la novela homónima del escritor Edmundo Desnoes, es una historia personal que hubiera sido intrascendente de no ocurrir en los vertiginosos días de la Revolución, cuando todas las contradicciones se pusieron al rojo vivo, subrayan especialistas.
La película, con actores como Sergio Corrieri y Daisy Granados, entrega un monólogo interior con mirada a la calle, como es la novela de Desnoes.
Tiene como personaje central a Sergio, un pequeño-burgués que decide quedarse en el país cuando la familia se marcha hacia Estados Unidos. Expertos opinan que los imaginativos recursos expresivos, el perfecto guión y las logradas caracterizaciones, hacen de este audiovisual una obra maestra.
La película La larga noche de Francisco Sanctis, ambientada en el Buenos Aires de 1977, se exhibe este viernes en la sección Una cierta mirada, una de las más importantes del Festival, que concluye el 22 de mayo.
La cinta, de los realizadores Francisco Márquez y Andrea Testa, narra la historia de un padre de familia sin compromiso político, quien recibe en plena dictadura la información precisa de dos personas que los militares van a desaparecer.
Al ser una persona que no está involucrada en política y que se aleja de las controversias, se encontrará ante una encrucijada y deberá decidir si arriesga o no su propia vida para salvar las de otros.
(Con información de ACN)

lunes, 9 de mayo de 2016

Habanera.

Por Mario Benedetti y Joan Manuel Serrat


Es preciso ponernos brevemente de acuerdo:
aquí el buitre es un aura tiñosa y circulante,
las olas humedecen los pies de las estatuas
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.
Los autos van dejando tuercas en el camino,
los jóvenes son jóvenes de un modo irrefutable.
Aquí el amor transita sabroso y subversivo
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.
Nada de eso es exceso de ron o de delirio,
quizá una borrachera de cielo y flamboyanes.
Lo cierto es que esta noche el carnaval arrolla
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.
Es preciso ponernos brevemente de acuerdo
esta ciudad ignora y sabe lo que hace.
Cultiva el imposible y exporta los veranos
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.
Aquí flota el orgullo como una garza invicta,
nadie se queda fuera y todo el mundo es alguien.
El sol identifica relajos y candores
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.
Como si Marx quisiera bailar el mozambique
o fueran abolidas todas las soledades.
La noche es un sencillo complot contra la muerte
y hay mulatas en todos los puntos cardinales.

miércoles, 4 de mayo de 2016

A propósito de un Héroe Nacional del Trabajo: La taza de miel

Cremata, en el momento de recibir del General de Ejército la estrella de oro de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. Foto: Trabajadores.
Cremata, en el momento de recibir del General de Ejército la estrella de oro de Héroe del Trabajo de la República de Cuba. Foto: Trabajadores.
Mi primer recuerdo de nuestro encuentro de niños, fue cuando su padre y el mío nos llevaban a aprender natación en las piscinas del parque Martí. En realidad la amistad familiar venía de antes, cuando nuestras madres fueron compañeras de aula en la Escuela Normal de Maestros de La Habana, o quizás desde tiempos anteriores, cuando nuestras respectivas abuelas maternas compartían taquilla y acomodación en el cine Alameda.
El reencuentro definitivo fue en los camilitos, creo que una noche del invierno de 1971. Se celebraba una jornada de cultura dedicada al 2 de diciembre, XV aniversario del desembarco del Granma y de la creación de las FAR. Lo presentaron; pero para ser honesto, su nombre aún no me decía nada.
Era chiquito, flaco y cabezón como un fósforo. Arrastró una banqueta de madera y explicó que haría una representación teatral de un tal Marcos Behmaras, llamada “La taza de oro”, pero que como era de un solo actor, era un “monólogo”. Aquello era fuerte de digerir, porque con doce años recién cumplidos, aunque a uno lo devoraran las ansias de leer, todavía se pensaba más en jugar. Sin embargo, el “fósforo” nos embrujó y nos dejó pensando.
Compartimos más años de estudio que los imaginables: secundaria, preuniversitario y universidad. De la beca en Baracoa a la beca en la URSS. Fueron años de exámenes y de concursos de conocimientos, de competencias deportivas, de fiestas sabatinas, novias, y siempre de burlas, porque por mucho que maduró, sigue siendo un niño que juega.
En el medio, el desgarramiento brutal del que más de una vez he contado y que sacó mis rabias y definió de una vez y por todas, mi militancia y mi compromiso, cuando a él, mi amigo, le arrancaron al padre en el atentado terrorista de Barbados.
Entre cada página de esa primera vida, lo acompañó el teatro: El premio flaco, El asesinato de X, Dios te salve comisario, Contigo pan y cebolla, y alguna que otra improvisación dramatúrgica como la teatralización de West Indies Ltd., de Nicolás Guillén, o la vida del Che Guevara, contada para los soviéticos. En algunos de ellos actué bajo sus órdenes, lo suficiente como para convencerme de que lo mío era el periodismo y la prosa, y no el teatro.
Pero sí lo acompañé en cada debut escénico. Discípulo de la laboriosidad incansable que en su casa le enseñaron como culto a la dignidad humana, él convirtió la creación en un derroche infinito y solidario de todo el amor recibido y necesitado. Un amor reflexivo, pensante, que conmueve. Y cuando uno se levanta de la butaca, sale a la calle a cambiar el mundo, para hacerlo mejor. Su obra mayor es la colmena, hoy multiplicada por toda Cuba y por el mundo; y su hueste de abejitas repartidoras de miel.
Le dicen Tin, porque así le decía su padre, y así le dicen su madre y sus hermanos, y los niños y sus familias, sus compañeros de trabajo, algunos amigos y admiradores. ¡Hasta sus hijas, cuando comparten con él las tablas! Pero nunca he podido decirle así. En cambio, me persigue aquella imagen del fósforo que ardía, mientras repartía miel con una taza, una noche de invierno en los camilitos.
Uno tiene consciencia de lo trascendente de su vida al verlo reconocido como Héroe del Trabajo. En realidad, él, Carlos Alberto Cremata Malberti, ya era hace rato para muchos de nosotros “el Crema”. Simplemente, “Crema”. No hay otro apelativo que nos devuelva el heroísmo de su entrega que esa apócope de su apellido –expresión muy cubana de lo mucho bueno que es este ser humano, nacido para verter en los demás toda la miel de su taza.